Solía pensar que los perfumes eran como recuerdos envasados. Le gustaba coleccionar los botes de perfume que le regalaban porque, de esa manera, era como coleccionar sus propios recuerdos. Tenía alrededor de veinte frascos de fragancias diferentes, todos con una historia distinta. Muchas veces se sentaba en la cama, cogía un par de éstos y los olía. Primero uno. Después el otro. Su mente empezaba a recordar los momentos exactos en los que usó esos aromas, las personas con las que estaba en esos instantes, los lugares en los que estuvo.. Todo. Del mismo modo, otras esencias le recordaban simplemente emociones. Emociones intensas que hacían que su piel se erizara. Emociones que le hacían sonreír. O llorar. O simplemente dejaban un vacío en ella. Cuando se cansaba de recordar tiempos pasados, tapaba los perfumes y los dejaba cuidadosamente en su sitio, casi con temor a que se evaporaran y, junto a ellos, sus memorias.
Las despedidas amargaban más cuando no sabía cuándo volvería a verle. Creía que podía acostumbrarse, que podía habituarse a cada separación, por corta que fuese. Pero no era así. Cada vez le dolía más y, aunque sabía que era por poco tiempo, cada hora que pasaba lejos de él se le clavaba como una aguja en el corazón. Lo peor no era no poder verle cada día, sino no poder abrazarle cada vez que lo necesitaba. Y no le quedaba más remedio que esperar. Esperar a que el tiempo pasara y llegase el momento de poder acariciarle de nuevo. Pero qué dura era la espera...
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