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56 gotas...

Paseaba por la ciudad y las luces de la calle iluminaban su rostro ténuemente. Corría una suave brisa que acariciaba su cabello, haciendo que éste se moviera de forma suave, como si bailara al son de cada suspiro del aire. A su alrededor, la muchedumbre se desplazaba de un lado para otro, en coche o a pie, entrando en tiendas o saliendo de ellas. Lógico, teniendo en cuenta las fechas en las que se encontraba. Levantó un poco la cabeza y, a unos metros de ella, vio una pequeña cafetería con un gran ventanal que dejaba ver prácticamente todo su interior. En una esquina, no muy lejos del ventanal, había una pareja sentada en una mesita redonda, blanca y desgastada (tanto era el desgaste que incluso se apreciaba la madera). Ella sostenía una taza grande y gris entre las dos manos, quizá para calentárselas a la par que bebía. Él tenía los brazos cruzados encima de la mesa y, justo delante suyo, una taza pequeña. Ella le miraba a él y él miraba la taza. Ella suspiró y él apartó la mirada, dirigiéndola hacia ella y, entonces, ocurrió.










El silencio se convirtió en magia. 

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71 gotas...

Ahora sabía como se sienten los pájaros enjaulados. Su jaula tenía barrotes invisibles que se le calvaban en el corazón, haciendo que su sangre le inundase los pulmones. Impidiéndole respirar. Se ahogaba en el silencio de aquellas cuatro paredes. La frustración se apoderaba de ella, dejando paso después a la ira. Se volvía loca imaginando su libertad, porque era consciente de que aún era lejana. La rozaba con la punta de los dedos en sueños y, al despertar, se desvanecía como el efímero humo de un cigarro.

67 gotas...

Hace mucho, mucho tiempo, en un pequeño pueblo situado en el medio de un gran bosque, vivía un niño de ojos castaños y profundos. Como cada tarde, después de ayudar a sus padres en su oficio como reposteros, salió de casa y se dispuso a pasear por el monte para buscar frutos silvestres que, más tarde, su madre utitilzaría para sus mermeladas caseras. Cansado de deambular siempre por el mismo sendero, pensó que sería buena idea tomar otro camino, puesto que así quizá hallaría nuevas zarzas repletas de moras. Así pues, el pequeño cogió su cesta de mimbre y bajó por la colina, desviándose de su ruta habitual. Después de varios minutos andando, vislumbró entre los arbustos algo que le llamó la atención. Curioso, se acercó rápidamente y pudo observar un letrero de madera, algo podrido y mohoso, que simplemente tenía una flecha tallada en éste. Pensó que, seguramente, el letrero indicaría la dirección a seguir para llegar al pueblo desde el punto donde se encontraba. Como ya llevaba un buen ...

2 gotas...

Respiro. Respiro profundamente pero sigue faltándome el oxígeno. como si algo obstruyera mi interior y no dejara pasar el aire. El corazón se me acelera, pero yo no me detengo. Sigo corriendo, abriéndome paso entre la niebla. No sé hacia dónde voy, pero continúo avanzando. Todo a mi alrededor está borroso, como cuando se abren los ojos dentro del agua. Repentinamente, me siento caer. Grito a pleno pulmón a sabiendas que nadie puede oírme. Cada vez está más oscuro y el abismo parece no tener fin. La sensación de angústia recorre todo mi cuerpo. De repente, abro los ojos. Tan sólo había sido un sueño... Uno de tantos...