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56 gotas...

Paseaba por la ciudad y las luces de la calle iluminaban su rostro ténuemente. Corría una suave brisa que acariciaba su cabello, haciendo que éste se moviera de forma suave, como si bailara al son de cada suspiro del aire. A su alrededor, la muchedumbre se desplazaba de un lado para otro, en coche o a pie, entrando en tiendas o saliendo de ellas. Lógico, teniendo en cuenta las fechas en las que se encontraba. Levantó un poco la cabeza y, a unos metros de ella, vio una pequeña cafetería con un gran ventanal que dejaba ver prácticamente todo su interior. En una esquina, no muy lejos del ventanal, había una pareja sentada en una mesita redonda, blanca y desgastada (tanto era el desgaste que incluso se apreciaba la madera). Ella sostenía una taza grande y gris entre las dos manos, quizá para calentárselas a la par que bebía. Él tenía los brazos cruzados encima de la mesa y, justo delante suyo, una taza pequeña. Ella le miraba a él y él miraba la taza. Ella suspiró y él apartó la mirada, dirigiéndola hacia ella y, entonces, ocurrió.










El silencio se convirtió en magia. 

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71 gotas...

Ahora sabía como se sienten los pájaros enjaulados. Su jaula tenía barrotes invisibles que se le calvaban en el corazón, haciendo que su sangre le inundase los pulmones. Impidiéndole respirar. Se ahogaba en el silencio de aquellas cuatro paredes. La frustración se apoderaba de ella, dejando paso después a la ira. Se volvía loca imaginando su libertad, porque era consciente de que aún era lejana. La rozaba con la punta de los dedos en sueños y, al despertar, se desvanecía como el efímero humo de un cigarro.

66 gotas...

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70 gotas...

A veces me cuesta mantenerme optimista, los kilómetros me dificultan esta tarea. Me consuela saber que nos sobran dedos contando los días que faltan para vernos, pero me faltan manos para contar los que nos quedan para no volver a separarnos. Hace tiempo que sé que mi hogar está allá donde tú estés, me siento una extraña si no estás a mi lado. Pero, cuando estás, es como magia.