Cuando somos niños, todo lo que se nos presenta está inundado de colores. Rosa, azul, amarillo, verde, rojo... A medida que vamos creciendo, esos colores se van difuminando, borrándose poco a poco. Así va pasando la vida, degradándose tan despacio que apenas nos damos cuenta. Y, entonces, llega un momento en el que todo ha perdido su color, viéndose así todo en negro o, en su defecto, en una gama mucho más oscura...
Ahora sabía como se sienten los pájaros enjaulados. Su jaula tenía barrotes invisibles que se le calvaban en el corazón, haciendo que su sangre le inundase los pulmones. Impidiéndole respirar. Se ahogaba en el silencio de aquellas cuatro paredes. La frustración se apoderaba de ella, dejando paso después a la ira. Se volvía loca imaginando su libertad, porque era consciente de que aún era lejana. La rozaba con la punta de los dedos en sueños y, al despertar, se desvanecía como el efímero humo de un cigarro.
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