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64 gotas...

Su sonrisa era el acantilado por el que se precipitaba sin cuerda de seguridad. No le importaba morir ahogado en el mar de su cuerpo, si los brazos que le envolvían eran los suyos.

A veces, la observaba sin más, tan sólo por el simple placer de mirarla. Como si estuviese delante de la más bella obra de arte jamás creada. Porque eso era realmente ella: ARTE. Tan perfecta que hasta sus infinitas imperfecciones se tornaban belleza pura.

Aquellos ojos se le clavaban como estacas y, en vez de sangre, brotaba música. Su mirada podría haberle hecho ganar mil y una batallas con tan sólo un pestañeo, porque toda ella era fuego. Fuego del que no quema, pero escuece. Del que no se apaga nunca, aunque llueva.





Y él lo notaba. Notaba esa calidez cada vez que la tocaba. Cada vez que besaba esos labios de terciopelo.

Y ella lo sabía. Y se consumía lentamente, entre su abrazo, como una vela.

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71 gotas...

Ahora sabía como se sienten los pájaros enjaulados. Su jaula tenía barrotes invisibles que se le calvaban en el corazón, haciendo que su sangre le inundase los pulmones. Impidiéndole respirar. Se ahogaba en el silencio de aquellas cuatro paredes. La frustración se apoderaba de ella, dejando paso después a la ira. Se volvía loca imaginando su libertad, porque era consciente de que aún era lejana. La rozaba con la punta de los dedos en sueños y, al despertar, se desvanecía como el efímero humo de un cigarro.

68 gotas...

Si hablo de amor, tengo que hablar de las noches en las que me tocas el pelo hasta que me quedo dormida. De todos los abrazos que nos damos entre sueño y sueño, porque ni dormidos sabemos estar sin tocarnos. Si hablo de amor, tengo que hablar sobre nuestros besos en cada reencuentro después de pasar días separados. De las caricias en el sofá viendo la tele sin verla, porque estamos demasiado ocupados mirándonos a los ojos. Si hablo de amor, hablo de cada detalle que tienes conmigo. De las veces que te levantas de la silla para traerme algo de comer cuando tengo hambre o algo de beber cuando tengo sed. Si hablo de amor, tengo que hablar de cómo consigues tranquilizarme cuando estoy enfadada, triste o angustiada. De las veces que me haces reír incluso ni cuando yo misma me aguanto. Si hablo de amor, he de hablar de tí.

70 gotas...

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