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21 gotas...

Primera Parte

Carla era una chica alegre, divertida y risueña. Tenía el cabello largo, ondulado y moreno. Sus ojos color café, eran grandes y penetrantes, a la vez que su mirada era sincera y dulce. Poseía una sonrisa que hasta los dioses envidiaban, ya que desprendía una luz que poca gente era capaz de regalar.

Aquel día vestía con unos shorts tejanos desgastados y una camiseta ancha de color naranja apagado. Llevaba el pelo recogido en una trenza medio deshecha, adornada con tres pequeñas flores semejantes a las margaritas y escondía tras unas Ray-Ban aviador sus bonitos ojos oscuros. En su muñeca izquierda, un reloj blanco y dos pulseras entrelazadas a juego con la camiseta. En la derecha, tan sólo un tatuaje. Sus pies calzaban unas Converse negras, aún más desgastadas que sus shorts y que, aunque eran viejas, no quería deshacerse de ellas.

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65 gotas...

Érase una vez una niña de ojos grandes y largas pestañas. Vivía en un pequeño pueblo pesquero, en una casita humilde con las ventanas y puertas de color azul, justo al lado de la playa. Le gustaba, al levantarse cada mañana, ir corriendo a la orilla a recoger las conchas nuevas que durante la noche habían traído las olas. En una de esas mañanas, nada más salir de casa, la pequeña niña vislumbró a lo lejos algo muy brillante, tan brillante que tuvo que entrecerrar los ojos. Como grande era su curiosidad, se acercó corriendo para ver de qué se trataba. Cuando estuvo lo bastante cerca como para ver qué era, pudo observar una hermosa concha dorada. Se quedó mirándola atónita durante un buen tiempo, ya que nunca había visto semejantes valvas de ese color y, después de unos minutos, intentó abrirla sin éxito. Lo siguió intentando durante las siguientes semanas, fracasando día tras día, hasta que decidió dejar de lado aquella maravillosa pero extraña concha. La puso en su mesita de noche, p

66 gotas...

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31 gotas...

Como en un sueño difuminado en el que los colores se mezclan hasta el punto de no saber cuál es cuál. Como un océano en el que desembocan miles de ríos cada día, haciendo que sus aguas se entrelacen creando nuevas corrientes. Como una caricia tan efímera que pudiera confundirse con el leve suspiro del viento. Como una palabra atascada en lo más recóndito del alma que, por miedo a salir, se refugia detrás de una lágrima. Sincera, como la sonrisa de un niño.