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23 gotas...

Tercera Parte

Decidió dejar de pensar en ello. A su madre no le gustaría verla así de triste. Sabía que si sonreía, se sentiría orgullosa de ella. Se levantó del columpio y, sin mirar atrás, abandonó el parque, dejando atrás recuerdos y lágrimas. Quizá en alguna otra ocasión volvería. El sol empezó a esconderse, haciendo que el clima se tornara un poco más frío. Llegó tiritando a casa, dejó las llaves en el cuenco que había en una mesita al lado de la puerta y se descalzó. Se dirigió a la cocina y abrió la nevera. Suspiró. Se había olvidado por completo de hacer la compra y en ésta tan sólo había un paquete de queso en lonchas, cuatro cerezas en un bol y un brick de leche semi-desnatada. Miró el reloj. Las ocho y cuarto. No estaba demasiado segura de a qué hora cerraba el súper de debajo de casa, así que pensó en bajar por si había suerte. Volvió a calzarse y bajó veloz por las escaleras. Justo a tiempo. Aún quedaban 15 minutos para que cerraran, así que rápidamente fue en busca de la sección de congelados. Buscó y rebuscó entre los productos y finalmente se decidió por unas empanadillas de atún. Ya más tranquilamente, se dirigió hacia la caja, donde ocurrió algo que ni en sus mejores sueños hubiese pensado que sucedería.

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71 gotas...

Ahora sabía como se sienten los pájaros enjaulados. Su jaula tenía barrotes invisibles que se le calvaban en el corazón, haciendo que su sangre le inundase los pulmones. Impidiéndole respirar. Se ahogaba en el silencio de aquellas cuatro paredes. La frustración se apoderaba de ella, dejando paso después a la ira. Se volvía loca imaginando su libertad, porque era consciente de que aún era lejana. La rozaba con la punta de los dedos en sueños y, al despertar, se desvanecía como el efímero humo de un cigarro.

67 gotas...

Hace mucho, mucho tiempo, en un pequeño pueblo situado en el medio de un gran bosque, vivía un niño de ojos castaños y profundos. Como cada tarde, después de ayudar a sus padres en su oficio como reposteros, salió de casa y se dispuso a pasear por el monte para buscar frutos silvestres que, más tarde, su madre utitilzaría para sus mermeladas caseras. Cansado de deambular siempre por el mismo sendero, pensó que sería buena idea tomar otro camino, puesto que así quizá hallaría nuevas zarzas repletas de moras. Así pues, el pequeño cogió su cesta de mimbre y bajó por la colina, desviándose de su ruta habitual. Después de varios minutos andando, vislumbró entre los arbustos algo que le llamó la atención. Curioso, se acercó rápidamente y pudo observar un letrero de madera, algo podrido y mohoso, que simplemente tenía una flecha tallada en éste. Pensó que, seguramente, el letrero indicaría la dirección a seguir para llegar al pueblo desde el punto donde se encontraba. Como ya llevaba un buen ...

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Respiro. Respiro profundamente pero sigue faltándome el oxígeno. como si algo obstruyera mi interior y no dejara pasar el aire. El corazón se me acelera, pero yo no me detengo. Sigo corriendo, abriéndome paso entre la niebla. No sé hacia dónde voy, pero continúo avanzando. Todo a mi alrededor está borroso, como cuando se abren los ojos dentro del agua. Repentinamente, me siento caer. Grito a pleno pulmón a sabiendas que nadie puede oírme. Cada vez está más oscuro y el abismo parece no tener fin. La sensación de angústia recorre todo mi cuerpo. De repente, abro los ojos. Tan sólo había sido un sueño... Uno de tantos...