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22 gotas...

Segunda Parte

Iba caminando por la calle cuando, a penas sin darse cuenta, sus pies la llevaron a un parque donde solía ir a jugar con su madre cuando era pequeña. Una avalancha de recuerdos acudieron casi de inmediato a su mente, haciendo que una tímida sonrisa apareciera en su cara. Avanzó por el parque hasta llegar a los columpios. Se sentó en uno de ellos y empezó a columpiarse. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Sentía el frescor del viento en su cara y se echó un poco para atrás para poder sentir mejor aquella sensación de libertad. Se quedó allí unos instantes, balanceándose aún, aunque con menos intensidad. Cuánto la echaba de menos. A ella, a su madre. La había dejado sola cuando apenas era una niña, pero aún recordaba su perfume, su fragancia. Recordaba a la perfección todas y cada una de las pequeñas arrugas de su rostro. Evocaba su forma de vestir, de caminar, de hablar. Su voz, dulce donde las haya, hacía enojar de envidia a los ángeles. Pero aquella maldita enfermedad se la llevó. La arrebató de sus brazos, sin darle opción alguna de cambio. Nadie pudo hacer nada por salvarla. Nadie.

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Ahora sabía como se sienten los pájaros enjaulados. Su jaula tenía barrotes invisibles que se le calvaban en el corazón, haciendo que su sangre le inundase los pulmones. Impidiéndole respirar. Se ahogaba en el silencio de aquellas cuatro paredes. La frustración se apoderaba de ella, dejando paso después a la ira. Se volvía loca imaginando su libertad, porque era consciente de que aún era lejana. La rozaba con la punta de los dedos en sueños y, al despertar, se desvanecía como el efímero humo de un cigarro.

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Hace mucho, mucho tiempo, en un pequeño pueblo situado en el medio de un gran bosque, vivía un niño de ojos castaños y profundos. Como cada tarde, después de ayudar a sus padres en su oficio como reposteros, salió de casa y se dispuso a pasear por el monte para buscar frutos silvestres que, más tarde, su madre utitilzaría para sus mermeladas caseras. Cansado de deambular siempre por el mismo sendero, pensó que sería buena idea tomar otro camino, puesto que así quizá hallaría nuevas zarzas repletas de moras. Así pues, el pequeño cogió su cesta de mimbre y bajó por la colina, desviándose de su ruta habitual. Después de varios minutos andando, vislumbró entre los arbustos algo que le llamó la atención. Curioso, se acercó rápidamente y pudo observar un letrero de madera, algo podrido y mohoso, que simplemente tenía una flecha tallada en éste. Pensó que, seguramente, el letrero indicaría la dirección a seguir para llegar al pueblo desde el punto donde se encontraba. Como ya llevaba un buen ...

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Respiro. Respiro profundamente pero sigue faltándome el oxígeno. como si algo obstruyera mi interior y no dejara pasar el aire. El corazón se me acelera, pero yo no me detengo. Sigo corriendo, abriéndome paso entre la niebla. No sé hacia dónde voy, pero continúo avanzando. Todo a mi alrededor está borroso, como cuando se abren los ojos dentro del agua. Repentinamente, me siento caer. Grito a pleno pulmón a sabiendas que nadie puede oírme. Cada vez está más oscuro y el abismo parece no tener fin. La sensación de angústia recorre todo mi cuerpo. De repente, abro los ojos. Tan sólo había sido un sueño... Uno de tantos...