Segunda Parte
Iba caminando por la calle cuando, a penas sin darse cuenta, sus pies la llevaron a un parque donde solía ir a jugar con su madre cuando era pequeña. Una avalancha de recuerdos acudieron casi de inmediato a su mente, haciendo que una tímida sonrisa apareciera en su cara. Avanzó por el parque hasta llegar a los columpios. Se sentó en uno de ellos y empezó a columpiarse. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Sentía el frescor del viento en su cara y se echó un poco para atrás para poder sentir mejor aquella sensación de libertad. Se quedó allí unos instantes, balanceándose aún, aunque con menos intensidad. Cuánto la echaba de menos. A ella, a su madre. La había dejado sola cuando apenas era una niña, pero aún recordaba su perfume, su fragancia. Recordaba a la perfección todas y cada una de las pequeñas arrugas de su rostro. Evocaba su forma de vestir, de caminar, de hablar. Su voz, dulce donde las haya, hacía enojar de envidia a los ángeles. Pero aquella maldita enfermedad se la llevó. La arrebató de sus brazos, sin darle opción alguna de cambio. Nadie pudo hacer nada por salvarla. Nadie.
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