Había ciertas cosas en su vida que le
molestaban. Odiaba con toda su alma el ruido de la puerta de su
habitación al abrirse y el portazo que ésta producía al cerrarse.
No soportaba el olor a hígado ni el sabor a paté. Le crispaba los
nervios que le repitieran las cosas mil veces y que, además, lo
hicieran a gritos. Aborrecía tener que explicar una y otra vez lo
mismo o que preguntaran cosas que, para ella, eran obvias. No le
gustaba escuchar música durante más de media hora seguida.
Detestaba el color verde, en cualquiera de su gama. Despreciaba
profundamente que los demás tacharan de absurdos sus sentimientos.
Había voces que le producían un molesto dolor de cabeza y, por
ende, rechazaba a cuyas personas pertenecían. Explotaba en rabia
cuando la humillaban o pretendían hacerlo. Le repugnaban los bichos en general y la sopa
de verdura.
Y esto es tan sólo una pequeña parte.
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