Ir al contenido principal

62 gotas...

Desde su ventana podía ver perfectamente el parque que había justo enfrente de su casa. Le gustaba asomarse y observar a los niños divertirse mientras se tiraban por el tobogán o se balanceaban, alegres, en los columpios.

Pero a aquella hora ya no había niños. Era de noche y el frío invierno amenazaba con helar las gotas de agua que había dejado la lluvia aquella tarde. Un movimiento extraño llamó su atención, haciendo que fijara su mirada en el balancín que había justo al final del parque. Entrecerró los ojos para poder captar mejor aquella sombra que se movía lentamente y logró diferenciar la silueta de un niño de no más de cinco años. El niño avanzó poco a poco hasta llegar a una farola, donde la luz le iluminó.

La miraba fijamente, sin expresión alguna de temor o incertidumbre. Se percató de que su ropa no era nuestra época, ni tampoco correspondía a la estación en la que se encontraba. Parecía sacado de una fotografía antigua. De repente, el niño levantó un brazo y la señaló con su pequeño dedo. Asustada, corrió las cortinas y salió de la habitación a toda velocidad para cerrar la puerta de la entrada. Cuando llegó, la encontró abierta de par en par y, en el suelo. un gran charco de sangre. Presa del terror, se tropezó con un paraguas que había dejado aquella tarde en el suelo y se golpeó la cabeza contra el mueble del recibidor.


Un hilo de sangre empezó a recorrer su cuello y, mientras perdía el conocimiento, oyó un susurro...






Tú la llevas.

Comentarios

Entradas populares de este blog

71 gotas...

Ahora sabía como se sienten los pájaros enjaulados. Su jaula tenía barrotes invisibles que se le calvaban en el corazón, haciendo que su sangre le inundase los pulmones. Impidiéndole respirar. Se ahogaba en el silencio de aquellas cuatro paredes. La frustración se apoderaba de ella, dejando paso después a la ira. Se volvía loca imaginando su libertad, porque era consciente de que aún era lejana. La rozaba con la punta de los dedos en sueños y, al despertar, se desvanecía como el efímero humo de un cigarro.

68 gotas...

Si hablo de amor, tengo que hablar de las noches en las que me tocas el pelo hasta que me quedo dormida. De todos los abrazos que nos damos entre sueño y sueño, porque ni dormidos sabemos estar sin tocarnos. Si hablo de amor, tengo que hablar sobre nuestros besos en cada reencuentro después de pasar días separados. De las caricias en el sofá viendo la tele sin verla, porque estamos demasiado ocupados mirándonos a los ojos. Si hablo de amor, hablo de cada detalle que tienes conmigo. De las veces que te levantas de la silla para traerme algo de comer cuando tengo hambre o algo de beber cuando tengo sed. Si hablo de amor, tengo que hablar de cómo consigues tranquilizarme cuando estoy enfadada, triste o angustiada. De las veces que me haces reír incluso ni cuando yo misma me aguanto. Si hablo de amor, he de hablar de tí.

70 gotas...

A veces me cuesta mantenerme optimista, los kilómetros me dificultan esta tarea. Me consuela saber que nos sobran dedos contando los días que faltan para vernos, pero me faltan manos para contar los que nos quedan para no volver a separarnos. Hace tiempo que sé que mi hogar está allá donde tú estés, me siento una extraña si no estás a mi lado. Pero, cuando estás, es como magia.