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62 gotas...

Desde su ventana podía ver perfectamente el parque que había justo enfrente de su casa. Le gustaba asomarse y observar a los niños divertirse mientras se tiraban por el tobogán o se balanceaban, alegres, en los columpios.

Pero a aquella hora ya no había niños. Era de noche y el frío invierno amenazaba con helar las gotas de agua que había dejado la lluvia aquella tarde. Un movimiento extraño llamó su atención, haciendo que fijara su mirada en el balancín que había justo al final del parque. Entrecerró los ojos para poder captar mejor aquella sombra que se movía lentamente y logró diferenciar la silueta de un niño de no más de cinco años. El niño avanzó poco a poco hasta llegar a una farola, donde la luz le iluminó.

La miraba fijamente, sin expresión alguna de temor o incertidumbre. Se percató de que su ropa no era nuestra época, ni tampoco correspondía a la estación en la que se encontraba. Parecía sacado de una fotografía antigua. De repente, el niño levantó un brazo y la señaló con su pequeño dedo. Asustada, corrió las cortinas y salió de la habitación a toda velocidad para cerrar la puerta de la entrada. Cuando llegó, la encontró abierta de par en par y, en el suelo. un gran charco de sangre. Presa del terror, se tropezó con un paraguas que había dejado aquella tarde en el suelo y se golpeó la cabeza contra el mueble del recibidor.


Un hilo de sangre empezó a recorrer su cuello y, mientras perdía el conocimiento, oyó un susurro...






Tú la llevas.

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