Bailaba bajo la luna. Bailaba sola, sin prisa, sin pausa. Se sentía libre, capaz de hacer cuanto se propusiera. Sabía que tenía fuerzas y que, aunque había caído, podía volver a levantarse. Y eso estaba haciendo. Le costaba, pero allí estaba ella, con fuerza de voluntad avanzando sin cesar. Se reía a carcajadas de la tristeza y dibujaba nuevos amaneceres. Paró de bailar y se dejó caer en el húmedo césped. Su mente volaba a miles de kilómetros de aquel lugar y, su corazón, aún débil, se dejaba llevar por la brisa que producían sus sueños.
Bailaba bajo la luna. Bailaba sola, sin prisa, sin pausa. Se sentía libre, capaz de hacer cuanto se propusiera. Sabía que tenía fuerzas y que, aunque había caído, podía volver a levantarse. Y eso estaba haciendo. Le costaba, pero allí estaba ella, con fuerza de voluntad avanzando sin cesar. Se reía a carcajadas de la tristeza y dibujaba nuevos amaneceres. Paró de bailar y se dejó caer en el húmedo césped. Su mente volaba a miles de kilómetros de aquel lugar y, su corazón, aún débil, se dejaba llevar por la brisa que producían sus sueños.
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