Los
rayos de sol le acariciaban cálidamente la cara. La brisa marina provocaba que
su largo cabello moreno se moviera al ritmo de las olas. El olor de la playa le
penetraba hasta lo más profundo de su ser, produciendo en ella una sensación de
tranquilidad que la dejaba casi adormecida. Sus finos dedos jugueteaban con la
arena; cogía un puñadito y lo dejaba caer, haciendo que una pequeña nube de
polvo se elevara y se mezclara con el aire. Pese a todo lo que había sufrido,
tenía la esperanza de que todo se arreglaría lo antes posible. Confiaba en que
dentro de poco podría mirar hacia atrás y reírse a carcajadas de lo estúpida
que había sido y de lo poco que le había merecido la pena todo ese sufrimiento.
Pero aún era pronto. Demasiado.
Ahora sabía como se sienten los pájaros enjaulados. Su jaula tenía barrotes invisibles que se le calvaban en el corazón, haciendo que su sangre le inundase los pulmones. Impidiéndole respirar. Se ahogaba en el silencio de aquellas cuatro paredes. La frustración se apoderaba de ella, dejando paso después a la ira. Se volvía loca imaginando su libertad, porque era consciente de que aún era lejana. La rozaba con la punta de los dedos en sueños y, al despertar, se desvanecía como el efímero humo de un cigarro.
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