Era un
día raro. Un día que antes tenía valor para ella, un día importante. Ahora,
simplemente era uno mas de 365 que tiene el año. Pensaba que iba a ser extraño y que el sueño de la noche anterior
era un augurio de lo que acontecería hoy. Pero no le dio importancia. Es más,
se quitó las penurias y las tristezas que la vestían y dibujó una sonrisa en su
cara. Se puso rímel en los ojos y colorete en las mejillas. Decidió no gastar
ni un segundo más de su tiempo pensando en lo que pudo ser y no fue. Se propuso
a si misma ser feliz, y así lo hizo. Sin más.
Las despedidas amargaban más cuando no sabía cuándo volvería a verle. Creía que podía acostumbrarse, que podía habituarse a cada separación, por corta que fuese. Pero no era así. Cada vez le dolía más y, aunque sabía que era por poco tiempo, cada hora que pasaba lejos de él se le clavaba como una aguja en el corazón. Lo peor no era no poder verle cada día, sino no poder abrazarle cada vez que lo necesitaba. Y no le quedaba más remedio que esperar. Esperar a que el tiempo pasara y llegase el momento de poder acariciarle de nuevo. Pero qué dura era la espera...
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