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Mostrando entradas de abril, 2012

15 gotas...

Dicen que basta tan sólo una mentira para poner el duda todas las verdades. Ella, en cambio, pensaba que no dependía del número de mentiras. Dependía de la magnitud, de la maldad y de la soberbia que ésta contenía. No le importó nunca perdonar pequeñas mentirijillas piadosas, de esas que se dicen para no hacer daño a  otra persona. Tampoco le importó perdonar aquellas que acompañaban arrepentimiento. Todos somos humanos, pensaba. Todos nos podemos equivocar alguna vez. Y, para qué engañarnos, todos queremos ser perdonados. También dicen que las verdades duelen. Ella, sin embargo, prefería mil verdades que se le clavaran como puñales que una mentira que la hiciese sentir en las nubes. Las prefería porque, cuando descubría que le habían mentido, esa nube se desvanecía como el humo de un cigarrillo, dejándola caer desde una gran altura en el frío y sólido suelo. Y dolía más que todas esas verdades juntas, e incluso más que cualquier otra tortura. Las mentiras siguen doliendo con el paso d

14 gotas...

Aquella mañana saltó de la cama y abrió la ventana de par en par. El cálido sol entraba inundando la habitación de luz y un  soplo de aire se escurría por las cortinas a medio correr, provocando que su suave piel se erizara. Se quedó allí delante embobada durante unos minutos, observando como las nubes pasaban. Parecía que iba a ser un bonito día y, si se tornaba gris, estaba dispuesta a colorearlo. Lo pintaría de azul, rosa, amarillo, verde, naranja y rojo. A partir de ese día, haría de su vida un arcoiris .

13 gotas...

Sentía impotencia. Impotencia al ver que, por mucho que quisiera, no podía alejar esos pensamientos de su cabeza. Pensamientos que la herían y que, como cuando se le echa sal a una llaga, escuecen. Esa impotencia se apoderaba de ella haciéndola rabiar. En esos momentos le hubiera gustado ser un volcán, un tsunami o un huracán y poder arrasar todo cuanto estuviera en su camino. Todo. Y quedarse sola. Sin nadie. Quería pedir prestadas las alas a una golondrina y volar a algún lugar desierto, sin más compañía que el aire. O quizá pedir  las aletas a un pez payaso y sumergirse en lo más hondo y oscuro del océano. Y, de nuevo, volvía a sentir esa misma impotencia, al recordar que no podía hacerlo. Finalmente, esa sensación se convertía en un miserable dolor de cabeza. Y vuelta a empezar.

12 gotas...

Cuando era pequeña fantaseaba sobre cómo sería su vida cuando fuera mayor. Tenía altas expectativas sobre el amor. Creía que un día encontraría a un hombre, quizá de manera casual, chocándose con él en una gran avenida llena de gente, cruzando las miradas en una cafetería en el centro de la ciudad o vete tu a saber qué. Entonces él la invitaría a cenar a un restaurante bonito y acabarían la velada con un paseo en un parque a la luz de la luna. Y así surgiría el amor. Sin más vuelta de hoja, sin quebraderos de cabeza, sin dolor ni sufrimiento alguno. Pobre niña tonta. Ahora se daba cuenta de lo ilusa que había sido. Se daba cuenta de que todo no era de color rosa, si no de un color gris oscuro casi negro. Había vivido de primera mano lo que era sentir que se te rompía el corazón a pedacitos. Había conocido lo que era quedarse hasta altas horas de la madrugada llorando sin cesar. Había sentido como, de un momento a otro, su vida se le escapaba de las manos sin opción alguna. Pero,

11 gotas...

Tenía una presión en el pecho que le impedía respirar con normalidad. Tenía una lágrima rebelde a punto de salir de uno de sus ojos oscuros. Tenía un suspiro atascado en el alma. Tenía el corazón cansado de tanto sufrir. Quería gritar, correr, saltar, pegar. Quería desplegar sus alas y volar allá donde estuviera sola. Quería desaparecer. A veces no se quiere lo que se tiene y se quiere lo que no se puede tener ...