Aquella mañana saltó de la cama y abrió la ventana de par en par. El cálido sol entraba inundando la habitación de luz y un soplo de aire se escurría por las cortinas a medio correr, provocando que su suave piel se erizara. Se quedó allí delante embobada durante unos minutos, observando como las nubes pasaban. Parecía que iba a ser un bonito día y, si se tornaba gris, estaba dispuesta a colorearlo. Lo pintaría de azul, rosa, amarillo, verde, naranja y rojo.
A partir de ese día, haría de su vida un arcoiris.
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