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12 gotas...



Cuando era pequeña fantaseaba sobre cómo sería su vida cuando fuera mayor. Tenía altas expectativas sobre el amor. Creía que un día encontraría a un hombre, quizá de manera casual, chocándose con él en una gran avenida llena de gente, cruzando las miradas en una cafetería en el centro de la ciudad o vete tu a saber qué. Entonces él la invitaría a cenar a un restaurante bonito y acabarían la velada con un paseo en un parque a la luz de la luna. Y así surgiría el amor. Sin más vuelta de hoja, sin quebraderos de cabeza, sin dolor ni sufrimiento alguno. Pobre niña tonta. Ahora se daba cuenta de lo ilusa que había sido. Se daba cuenta de que todo no era de color rosa, si no de un color gris oscuro casi negro. Había vivido de primera mano lo que era sentir que se te rompía el corazón a pedacitos. Había conocido lo que era quedarse hasta altas horas de la madrugada llorando sin cesar. Había sentido como, de un momento a otro, su vida se le escapaba de las manos sin opción alguna. Pero, cuando tan solo creía ver oscuridad a su alrededor, un pequeño rayo de luz cruzó su cielo, dándole a su vida un toque de esperanza. 

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