Cuando
era pequeña fantaseaba sobre cómo sería su vida cuando fuera mayor. Tenía altas
expectativas sobre el amor. Creía que un día encontraría a un hombre, quizá de
manera casual, chocándose con él en una gran avenida llena de gente, cruzando
las miradas en una cafetería en el centro de la ciudad o vete tu a saber qué.
Entonces él la invitaría a cenar a un restaurante bonito y acabarían la velada
con un paseo en un parque a la luz de la luna. Y así surgiría el amor. Sin más
vuelta de hoja, sin quebraderos de cabeza, sin dolor ni sufrimiento alguno. Pobre
niña tonta. Ahora se daba cuenta de lo ilusa que había sido. Se daba cuenta de
que todo no era de color rosa, si no de un color gris oscuro casi negro. Había
vivido de primera mano lo que era sentir que se te rompía el corazón a
pedacitos. Había conocido lo que era quedarse hasta altas horas de la madrugada
llorando sin cesar. Había sentido como, de un momento a otro, su vida se le
escapaba de las manos sin opción alguna. Pero, cuando tan solo creía ver
oscuridad a su alrededor, un pequeño rayo de luz cruzó su cielo, dándole a su
vida un toque de esperanza.
Érase una vez una niña de ojos grandes y largas pestañas. Vivía en un pequeño pueblo pesquero, en una casita humilde con las ventanas y puertas de color azul, justo al lado de la playa. Le gustaba, al levantarse cada mañana, ir corriendo a la orilla a recoger las conchas nuevas que durante la noche habían traído las olas. En una de esas mañanas, nada más salir de casa, la pequeña niña vislumbró a lo lejos algo muy brillante, tan brillante que tuvo que entrecerrar los ojos. Como grande era su curiosidad, se acercó corriendo para ver de qué se trataba. Cuando estuvo lo bastante cerca como para ver qué era, pudo observar una hermosa concha dorada. Se quedó mirándola atónita durante un buen tiempo, ya que nunca había visto semejantes valvas de ese color y, después de unos minutos, intentó abrirla sin éxito. Lo siguió intentando durante las siguientes semanas, fracasando día tras día, hasta que decidió dejar de lado aquella maravillosa pero extraña concha. La puso en su mesita de noche, p
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