Llevaba un tiempo con un vacío en el pecho y una carga en los hombros, como si de una mochila de piedras se tratase. Temía dormir por todos los monstruos que le acechaban cuando cerraba los ojos y se transportaba al país de los sueños o, en su caso, de las pesadillas. Monstruos enormes que la estrechaban entre sus brazos, oprimiéndole, dificultando su respiración. Le faltaba el aire. También temía irse a dormir porque sabía que al despertar tendría que levantarse de la cama y eso cada vez le costaba más. Cada día que pasaba perdía más la ilusión por todas las cosas que antes le hacían feliz, incluso las más pequeñas. Estaba aburrida, cansada de su realidad, de su rutina. Deseaba con todas sus fuerzas salir de allí, irse a otro lugar. Pero a la vez lo único que quería era estar sola debajo de su manta viendo pasar las horas. A veces lloraba sin razón aparente, simplemente para vaciarse un poco más de lo que ya lo estaba. Cuando no estaba triste, estaba de mal humor. Frustración, quizá.