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16 gotas...



Escuchó el ruido del cerrojo y su cuerpo, lleno de moratones, empezó a temblar. Vendría con hambre, pero aún no había acabado de preparar la cena. En su interior, maldecía una y mil veces el día en que sus caminos se cruzaron. Entró en la cocina y a ella se le cortó la respiración. El miedo corría por sus venas y sus ojos estaban cansados de tanto llorar. Se giró y allí estaba él con un ramo de rosas rojas y un "perdóname, no volverá a ocurrir" en sus labios. No volverá a ocurrir. Cuántas veces había escuchado aquellas mismas palabras después de una paliza y cuántas otras le había perdonado pensando que esta vez era sincero. Aquella noche, en cambio, ella no dijo nada, se giró y continuó haciendo la cena. Escuchó como dejaba las rosas encima de la mesa de la cocina, maldiciéndola, y dando grandes zancadas salía a la calle, haciendo un gran estruendo al cerrar de un portazo. Dejó el cuchillo encima de la encimera y se sentó en una silla. Suspiró. Quería llorar, pero no le quedaban lágrimas. Quería gritar, pero no tenia fuerzas. Quería huir, pero le faltaba valor.

" En otra ocasión, quizá. Seguramente esta vez si estará arrepentido de veras. Me ha traído rosas rojas... Mis favoritas..."

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71 gotas...

Ahora sabía como se sienten los pájaros enjaulados. Su jaula tenía barrotes invisibles que se le calvaban en el corazón, haciendo que su sangre le inundase los pulmones. Impidiéndole respirar. Se ahogaba en el silencio de aquellas cuatro paredes. La frustración se apoderaba de ella, dejando paso después a la ira. Se volvía loca imaginando su libertad, porque era consciente de que aún era lejana. La rozaba con la punta de los dedos en sueños y, al despertar, se desvanecía como el efímero humo de un cigarro.

68 gotas...

Si hablo de amor, tengo que hablar de las noches en las que me tocas el pelo hasta que me quedo dormida. De todos los abrazos que nos damos entre sueño y sueño, porque ni dormidos sabemos estar sin tocarnos. Si hablo de amor, tengo que hablar sobre nuestros besos en cada reencuentro después de pasar días separados. De las caricias en el sofá viendo la tele sin verla, porque estamos demasiado ocupados mirándonos a los ojos. Si hablo de amor, hablo de cada detalle que tienes conmigo. De las veces que te levantas de la silla para traerme algo de comer cuando tengo hambre o algo de beber cuando tengo sed. Si hablo de amor, tengo que hablar de cómo consigues tranquilizarme cuando estoy enfadada, triste o angustiada. De las veces que me haces reír incluso ni cuando yo misma me aguanto. Si hablo de amor, he de hablar de tí.

70 gotas...

A veces me cuesta mantenerme optimista, los kilómetros me dificultan esta tarea. Me consuela saber que nos sobran dedos contando los días que faltan para vernos, pero me faltan manos para contar los que nos quedan para no volver a separarnos. Hace tiempo que sé que mi hogar está allá donde tú estés, me siento una extraña si no estás a mi lado. Pero, cuando estás, es como magia.