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17 gotas...



El sol brillaba con fuerza aquella mañana, ya que no había en el cielo ni una sola nube que impidiera que su luz inundara la ciudad. Últimamente se sentía igual que aquel instante, brillaba igual que el sol y ningún mal pensamiento nublaba su mente. Y eso le gustaba. Le gustaba sentirse bien, feliz. Sabía que estaba superando esa mala racha que le había acompañado durante los últimos meses. Pero, al fin, después de tanto tiempo, empezaba a ver la luz al final de aquel oscuro túnel. Por fin, su sonrisa era sincera y, en su interior, reinaba la paz. Sí, había momentos en los que ese túnel volvía a tornarse completamente negro, pero tenía la suficiente capacidad y fuerza para tirar hacia adelante y encontrar de nuevo la salida. Se encontraba en las puertas de una nueva vida, tenía las llaves en su mano y estaba dispuesta a abrirla y cruzar el umbral, haciendo así que su corazón volviera de nuevo a latir con la misma intensidad de antes.

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65 gotas...

Érase una vez una niña de ojos grandes y largas pestañas. Vivía en un pequeño pueblo pesquero, en una casita humilde con las ventanas y puertas de color azul, justo al lado de la playa. Le gustaba, al levantarse cada mañana, ir corriendo a la orilla a recoger las conchas nuevas que durante la noche habían traído las olas. En una de esas mañanas, nada más salir de casa, la pequeña niña vislumbró a lo lejos algo muy brillante, tan brillante que tuvo que entrecerrar los ojos. Como grande era su curiosidad, se acercó corriendo para ver de qué se trataba. Cuando estuvo lo bastante cerca como para ver qué era, pudo observar una hermosa concha dorada. Se quedó mirándola atónita durante un buen tiempo, ya que nunca había visto semejantes valvas de ese color y, después de unos minutos, intentó abrirla sin éxito. Lo siguió intentando durante las siguientes semanas, fracasando día tras día, hasta que decidió dejar de lado aquella maravillosa pero extraña concha. La puso en su mesita de noche, p

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