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19 gotas...

Caminaba por la calle cuando, de repente, se cruzó con él. Vestía unos vaqueros desgastados y una camiseta blanca con algún que otro detalle en color. Llevaba el pelo alborotado y la barba de tres días. Aún así lo encontró guapo, es más, se sonrojó al verle. Se pararon uno frente al otro y sus miradas se encontraron, furtivas. Un suspiro de aire provocó que le llegara su aroma, causando en ella un deseo irrefutable de abrazarle. Entonces, un "te echo de menos" rompió el silencio. Ella, aturdida por aquellas palabras, no supo qué responder. Pensó en si aquellas palabras eran ciertas y en si de verdad valía la pena arriesgarse de nuevo. Arriesgarse a intentar. Arriesgarse a amar. Arriesgarse a perder. Arriesgarse a sufrir. Bajó la mirada y las lágrimas empezaron a nacer de sus ojos castaños. ¿Qué le hacía pensar que si había salido  mal una vez no volvería a ocurrir?


¿Qué le hacía pensar que esta vez sería diferente? 


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71 gotas...

Ahora sabía como se sienten los pájaros enjaulados. Su jaula tenía barrotes invisibles que se le calvaban en el corazón, haciendo que su sangre le inundase los pulmones. Impidiéndole respirar. Se ahogaba en el silencio de aquellas cuatro paredes. La frustración se apoderaba de ella, dejando paso después a la ira. Se volvía loca imaginando su libertad, porque era consciente de que aún era lejana. La rozaba con la punta de los dedos en sueños y, al despertar, se desvanecía como el efímero humo de un cigarro.

31 gotas...

Como en un sueño difuminado en el que los colores se mezclan hasta el punto de no saber cuál es cuál. Como un océano en el que desembocan miles de ríos cada día, haciendo que sus aguas se entrelacen creando nuevas corrientes. Como una caricia tan efímera que pudiera confundirse con el leve suspiro del viento. Como una palabra atascada en lo más recóndito del alma que, por miedo a salir, se refugia detrás de una lágrima. Sincera, como la sonrisa de un niño. 

69 gotas...

Se acababa el año y sólo podía pensar en lo feliz que había sido durante esos 365 días. Desde que le conoció, no podía imaginarse la vida de otra forma, con otra persona. Y, ¿para qué hacerlo? Si tenía al lado al ser más maravilloso de todo el universo. Le transmitía tanta paz, tanta serenidad... Podía contar perfectamente con los dedos de una mano las veces que habían discutido, ¡y le sobraban dedos! Pero, a la hora de contar sonrisas.... le faltaban manos. Junto a él le sobraban los motivos para estar contenta, pues era todo lo que había soñado: atento, cariñoso, detallista, divertido... Con él podía hablar durante horas de cualquier tema o, simplemente, estar callados. Podía ser ella, con todas sus taras. No tenía que fingir u obligarse a ser alguien que no era. Ya no se avergonzaba por sus defectos. Simplemente vivía orgullosa de ella misma, a sabiendas que él vivía orgulloso también. Igual que ella de él. Y se amaban, a su manera. La manera más bonita que podía existir de amar a...