Caminaba por la calle cuando, de repente, se cruzó con él. Vestía unos vaqueros desgastados y una camiseta blanca con algún que otro detalle en color. Llevaba el pelo alborotado y la barba de tres días. Aún así lo encontró guapo, es más, se sonrojó al verle. Se pararon uno frente al otro y sus miradas se encontraron, furtivas. Un suspiro de aire provocó que le llegara su aroma, causando en ella un deseo irrefutable de abrazarle. Entonces, un "te echo de menos" rompió el silencio. Ella, aturdida por aquellas palabras, no supo qué responder. Pensó en si aquellas palabras eran ciertas y en si de verdad valía la pena arriesgarse de nuevo. Arriesgarse a intentar. Arriesgarse a amar. Arriesgarse a perder. Arriesgarse a sufrir. Bajó la mirada y las lágrimas empezaron a nacer de sus ojos castaños. ¿Qué le hacía pensar que si había salido mal una vez no volvería a ocurrir?
¿Qué le hacía pensar que esta vez sería diferente?
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