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Mostrando entradas de 2012

34 gotas...

A veces estamos tan obsesionados con que el tiempo pase deprisa, ya sea porque queremos superar una mala racha, ver de nuevo a aquella persona especial que hace tanto que no vemos o simplemente porque nos apetece un cambio, que no apreciamos los pequeños detalles que hacen que nuestra vida sea mejor. Ese café con las amigas, el cálido sol una tarde de primavera, la fina lluvia que moja tu cara una mañana de invierno, ese té de vainilla ardiendo, los juegos de palabras que sólo vosotras entendéis, las miradas de complicidad, el olor de un libro, una sonrisa... Entonces, un día te das cuenta de que todo esto ya ha pasado y de que no puedes volver atrás para disfrutarlo como deberías haberlo hecho.  Y es justo en ese momento cuando dejas de desear que el tiempo avance tan rápido y empiezas a querer volver a atrás para saborear cada uno de esos instantes.  Feliz 2013. Aprecia cada segundo de tu vida, porque cada uno de ellos es único. 

33 gotas...

Hay momentos en los que necesitas echar el freno, mirar a los lados y ver quiénes siguen realmente ahí. Sólo en ese instante sabrás a cuánta gente le importas. Después, vuelve a acelerar con la certeza de que, si aún estaban a tu lado, lo seguirán estando por mucho que corras a la velocidad de la luz y que, si hace falta, evitarán que te estampes contra los muros de hormigón que te presente la vida. Mucha gente pasa por tu vida sin apenas detenerse, pero aquella que se queda a pesar de las dificultades es la que verdaderamente merece la pena... (Dedicado a todos aquellos que estuvieron ahí y aún sigues estando, especialmente a Noelia Fernández)

32 gotas...

Libertad...

31 gotas...

Como en un sueño difuminado en el que los colores se mezclan hasta el punto de no saber cuál es cuál. Como un océano en el que desembocan miles de ríos cada día, haciendo que sus aguas se entrelacen creando nuevas corrientes. Como una caricia tan efímera que pudiera confundirse con el leve suspiro del viento. Como una palabra atascada en lo más recóndito del alma que, por miedo a salir, se refugia detrás de una lágrima. Sincera, como la sonrisa de un niño. 

30 gotas...

Y de repente un día te levantas, corres las cortinas y te das cuenta de que ha empezado un día mejor. De que tu vida ha cambiado. De que eres capaz de superar todo lo que se te presente y más. Comprendes por fin que eres fuerte, que no hay nada que pueda borrar la sonrisa de tu cara. Que no hay nadie capaz de hacerte sentir inferior. Pero tampoco superior. Simplemente eres tú misma, sin máscaras. Y te sientes bien.

29 gotas...

El olor a esmalte de uñas inundaba su habitación. Tenía la impresión que dentro de esas cuatro paredes el tiempo no pasaba. Se estancaban las horas, los minutos no corrían, los segundos se escondían dentro del armario y el sonido del reloj se atascaba en un suspiro. En su interior volaba lejos de aquella cárcel imaginaria, dejándose llevar por la suave carcajada del viento. Carcajada que ella envidiaba, ya que su garganta no era capaz de reproducir más que sollozos sin sentido. Hubiera dado hasta la vida por volver a bailar con la luna...

28 gotas...

Había ciertas cosas en su vida que le molestaban. Odiaba con toda su alma el ruido de la puerta de su habitación al abrirse y el portazo que ésta producía al cerrarse. No soportaba el olor a hígado ni el sabor a paté. Le crispaba los nervios que le repitieran las cosas mil veces y que, además, lo hicieran a gritos. Aborrecía tener que explicar una y otra vez lo mismo o que preguntaran cosas que, para ella, eran obvias. No le gustaba escuchar música durante más de media hora seguida. Detestaba el color verde, en cualquiera de su gama. Despreciaba profundamente que los demás tacharan de absurdos sus sentimientos. Había voces que le producían un molesto dolor de cabeza y, por ende, rechazaba a cuyas personas pertenecían. Explotaba en rabia cuando la humillaban o pretendían hacerlo. Le repugnaban los bichos en general y la sopa de verdura. Y esto es tan sólo una pequeña parte. 

27 gotas...

"Lo que más duele de una mentira es no ser capaz de volver confiar. No ser capaz de volver a creer en nada ni en nadie. Ni siquiera en tu persona, porque no sabes si realmente eres sincero contigo mismo o tan sólo te engañas para ocultar esas heridas."

26 gotas...

Sexta Parte Casi sin apenas darse cuenta habían llegado ya al hospital y se encontraban delante de la habitación donde estaba su padre. Carla respiró profundamente y le pidió a su hermana que, por favor, la dejara sola con él. Se armó de valor y entró en la sala. Las paredes tenían un color azul cielo algo desgastado y las luces  fluorescentes hacían que la estancia tuviese un aspecto de lo más tétrico. Un olor a rancio inundaba cada rincón, haciendo que  le vinieran a la mente recuerdos que creía haber olvidado. Se acercó lentamente a la camilla de su padre y pudo observar el aspecto desmejorado y enfermizo que presentaba. Dormía. Sus ojos, llenos de arrugas, estaban cerrados con una delicadeza que pocas veces pudo apreciar estando con él. Parecía tan débil e indefenso... Cogió una silla y se sentó al lado de la camilla. Por su cabeza pasaban miles de excusas, explicaciones y reproches. De repente, una voz frágil rompió el silencio. " Sé que no hice bien las cosas cuando aún

25 gotas...

Quinta Parte Los ojos de Paula se humedecieron a causa de las lágrimas y de su boca salieron tres palabras: " papá está enfermo ". Carla no supo cómo reaccionar ante tal noticia, pero antes de que los nervios se apoderaran de ella, pensó que lo mejor sería subir a casa para que Paula le explicara exactamente cual era la situación. Una vez allí, Carla le ofreció a su hermana un té con limón, el cual ella aceptó sin pensárselo siquiera. Té en mano, se sentaron en el sofá de cuero negro del salón de la casa. Paula le explicó que su padre, tiempo atrás, empezó a tener problemas de memoria; olvidaba dónde había puesto las llaves del coche, no recordaba los números de teléfono importantes... y todo eso había ido empeorando poco a poco, hasta el punto en que ya no recordaba siquiera cual era su nombre o la calle en la que vivía. Al escuchar aquellas palabras, Carla sintió la necesidad de ir a ver a su padre a pesar de que llevaran sin hablarse mucho tiempo.

24 gotas...

Cuarta Parte Se quedó helada, de piedra. No podía creer lo que estaba viendo. Paula, su hermana, estaba allí, después de tantísimos años. Se giró y sus miradas se encontraron. Ninguna supo qué decir. Había cambiado tanto... Su pelo, antes largo y caoba, era ahora corto y negro azabache. Sus pequeños ojos habían dejado de transmitir seguridad. Se había vuelto frágil. Al fin tuvo el valor de hablarle. Le preguntó que qué había venido a hacer aquí, ya que en todos los años que habían pasado desde que Carla se fue de casa, nunca había ido a visitarla, ni siquiera se había acercado a la zona donde vivía. Ni una triste llamada en todo ese tiempo.

23 gotas...

Tercera Parte Decidió dejar de pensar en ello. A su madre no le gustaría verla así de triste. Sabía que si sonreía, se sentiría orgullosa de ella. Se levantó del columpio y, sin mirar atrás, abandonó el parque, dejando atrás recuerdos y lágrimas. Quizá en alguna otra ocasión volvería. El sol empezó a esconderse, haciendo que el clima se tornara un poco más frío. Llegó tiritando a casa, dejó las llaves en el cuenco que había en una mesita al lado de la puerta y se descalzó. Se dirigió a la cocina y abrió la nevera. Suspiró. Se había olvidado por completo de hacer la compra y en ésta tan sólo había un paquete de queso en lonchas, cuatro cerezas en un bol y un brick de leche semi-desnatada. Miró el reloj. Las ocho y cuarto. No estaba demasiado segura de a qué hora cerraba el súper de debajo de casa, así que pensó en bajar por si había suerte. Volvió a calzarse y bajó veloz por las escaleras. Justo a tiempo. Aún quedaban 15 minutos para que cerraran, así que rápidamente fue en busca de

22 gotas...

Segunda Parte Iba caminando por la calle cuando, a penas sin darse cuenta, sus pies la llevaron a un parque donde solía ir a jugar con su madre cuando era pequeña. Una avalancha de recuerdos acudieron casi de inmediato a su mente, haciendo que una tímida sonrisa apareciera en su cara. Avanzó por el parque hasta llegar a los columpios. Se sentó en uno de ellos y empezó a columpiarse. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Sentía el frescor del viento en su cara y se echó un poco para atrás para poder sentir mejor aquella sensación de libertad. Se quedó allí unos instantes, balanceándose aún, aunque con menos intensidad. Cuánto la echaba de menos. A ella, a su madre. La había dejado sola cuando apenas era una niña, pero aún recordaba su perfume, su fragancia. Recordaba a la perfección todas y cada una de las pequeñas arrugas de su rostro. Evocaba su forma de vestir, de caminar, de hablar. Su voz, dulce donde las haya, hacía enojar de envidia a los ángeles. Pero aquella maldi

21 gotas...

Primera Parte Carla era una chica alegre, divertida y risueña. Tenía el cabello largo, ondulado y moreno. Sus ojos color café, eran grandes y penetrantes, a la vez que su mirada era sincera y dulce. Poseía una sonrisa que hasta los dioses envidiaban, ya que desprendía una luz que poca gente era capaz de regalar. Aquel día vestía con unos shorts tejanos desgastados y una camiseta ancha de color naranja apagado. Llevaba el pelo recogido en una trenza medio deshecha, adornada con tres pequeñas flores semejantes a las margaritas y escondía tras unas  Ray-Ban  aviador sus bonitos ojos oscuros. En su muñeca izquierda, un reloj blanco y dos pulseras entrelazadas a juego con la camiseta. En la derecha, tan sólo un tatuaje. Sus pies calzaban unas Converse negras, aún más desgastadas que sus shorts y que, aunque eran viejas, no quería deshacerse de ellas.

20 gotas...

Había estado tan cerca del cielo que incluso habría podido tocarlo con la punta de sus dedos. Había volado tan alto que hasta hubo momentos en los que sentía que le faltaba el aire. Había conseguido rozar la cumbre de la felicidad con tan sólo un gesto. Había conseguido tantas cosas y, ahora, no tenía ninguna. Su cielo se tornaba  oscuro y caía en un abismo que no parecía tener fin. Caía  y caía sin intención alguna llegar al final de aquella oquedad. Su corazón estaba tan lleno de lagunas que apenas sentía el dolor que aquel vacío le causaba.

19 gotas...

Caminaba por la calle cuando, de repente, se cruzó con él. Vestía unos vaqueros desgastados y una camiseta blanca con algún que otro detalle en color. Llevaba el pelo alborotado y la barba de tres días. Aún así lo encontró guapo, es más, se sonrojó al verle. Se pararon uno frente al otro y sus miradas se encontraron, furtivas. Un suspiro de aire provocó que le llegara su aroma, causando en ella un deseo irrefutable de abrazarle. Entonces, un " te echo de menos " rompió el silencio. Ella, aturdida por aquellas palabras, no supo qué responder. Pensó en si aquellas palabras eran ciertas y en si de verdad valía la pena arriesgarse de nuevo. Arriesgarse a intentar . Arriesgarse a amar . Arriesgarse a perder . Arriesgarse a sufrir . Bajó la mirada y las lágrimas empezaron a nacer de sus ojos castaños. ¿Qué le hacía pensar que si había salido  mal una vez no volvería a ocurrir? ¿Qué le hacía pensar que esta vez sería diferente? 

18 gotas...

Hoy se encontraba gris , como el cielo. Qué poco dura la felicidad. Es tan efímera como la lluvia...

17 gotas...

El sol brillaba con fuerza aquella mañana, ya que no había en el cielo ni una sola nube que impidiera que su luz inundara la ciudad. Últimamente se sentía igual que aquel instante, brillaba igual que el sol y ningún mal pensamiento nublaba su mente. Y eso le gustaba. Le gustaba sentirse bien, feliz. Sabía que estaba superando esa mala racha que le había acompañado durante los últimos meses. Pero, al fin, después de tanto tiempo, empezaba a ver la luz al final de aquel oscuro túnel. Por fin, su sonrisa era sincera y, en su interior, reinaba la paz. Sí, había momentos en los que ese túnel volvía a tornarse completamente negro, pero tenía la suficiente capacidad y fuerza para tirar hacia adelante y encontrar de nuevo la salida. Se encontraba en las puertas de una nueva vida, tenía las llaves en su mano y estaba dispuesta a abrirla y cruzar el umbral, haciendo así que su corazón volviera de nuevo a latir con la misma intensidad de antes.

16 gotas...

Escuchó el ruido del cerrojo y su cuerpo, lleno de moratones, empezó a temblar. Vendría con hambre, pero aún no había acabado de preparar la cena. En su interior, maldecía una y mil veces el día en que sus caminos se cruzaron. Entró en la cocina y a ella se le cortó la respiración. El miedo corría por sus venas y sus ojos estaban cansados de tanto llorar. Se giró y allí estaba él con un ramo de rosas rojas y un " perdóname, no volverá a ocurrir " en sus labios. No volverá a ocurrir. Cuántas veces había escuchado aquellas mismas palabras después de una paliza y cuántas otras le había perdonado pensando que esta vez era sincero. Aquella noche, en cambio, ella no dijo nada, se giró y continuó haciendo la cena. Escuchó como dejaba las rosas encima de la mesa de la cocina, maldiciéndola, y dando grandes zancadas salía a la calle, haciendo un gran estruendo al cerrar de un portazo. Dejó el cuchillo encima de la encimera y se sentó en una silla. Suspiró. Quería llorar, pero no l

15 gotas...

Dicen que basta tan sólo una mentira para poner el duda todas las verdades. Ella, en cambio, pensaba que no dependía del número de mentiras. Dependía de la magnitud, de la maldad y de la soberbia que ésta contenía. No le importó nunca perdonar pequeñas mentirijillas piadosas, de esas que se dicen para no hacer daño a  otra persona. Tampoco le importó perdonar aquellas que acompañaban arrepentimiento. Todos somos humanos, pensaba. Todos nos podemos equivocar alguna vez. Y, para qué engañarnos, todos queremos ser perdonados. También dicen que las verdades duelen. Ella, sin embargo, prefería mil verdades que se le clavaran como puñales que una mentira que la hiciese sentir en las nubes. Las prefería porque, cuando descubría que le habían mentido, esa nube se desvanecía como el humo de un cigarrillo, dejándola caer desde una gran altura en el frío y sólido suelo. Y dolía más que todas esas verdades juntas, e incluso más que cualquier otra tortura. Las mentiras siguen doliendo con el paso d

14 gotas...

Aquella mañana saltó de la cama y abrió la ventana de par en par. El cálido sol entraba inundando la habitación de luz y un  soplo de aire se escurría por las cortinas a medio correr, provocando que su suave piel se erizara. Se quedó allí delante embobada durante unos minutos, observando como las nubes pasaban. Parecía que iba a ser un bonito día y, si se tornaba gris, estaba dispuesta a colorearlo. Lo pintaría de azul, rosa, amarillo, verde, naranja y rojo. A partir de ese día, haría de su vida un arcoiris .

13 gotas...

Sentía impotencia. Impotencia al ver que, por mucho que quisiera, no podía alejar esos pensamientos de su cabeza. Pensamientos que la herían y que, como cuando se le echa sal a una llaga, escuecen. Esa impotencia se apoderaba de ella haciéndola rabiar. En esos momentos le hubiera gustado ser un volcán, un tsunami o un huracán y poder arrasar todo cuanto estuviera en su camino. Todo. Y quedarse sola. Sin nadie. Quería pedir prestadas las alas a una golondrina y volar a algún lugar desierto, sin más compañía que el aire. O quizá pedir  las aletas a un pez payaso y sumergirse en lo más hondo y oscuro del océano. Y, de nuevo, volvía a sentir esa misma impotencia, al recordar que no podía hacerlo. Finalmente, esa sensación se convertía en un miserable dolor de cabeza. Y vuelta a empezar.

12 gotas...

Cuando era pequeña fantaseaba sobre cómo sería su vida cuando fuera mayor. Tenía altas expectativas sobre el amor. Creía que un día encontraría a un hombre, quizá de manera casual, chocándose con él en una gran avenida llena de gente, cruzando las miradas en una cafetería en el centro de la ciudad o vete tu a saber qué. Entonces él la invitaría a cenar a un restaurante bonito y acabarían la velada con un paseo en un parque a la luz de la luna. Y así surgiría el amor. Sin más vuelta de hoja, sin quebraderos de cabeza, sin dolor ni sufrimiento alguno. Pobre niña tonta. Ahora se daba cuenta de lo ilusa que había sido. Se daba cuenta de que todo no era de color rosa, si no de un color gris oscuro casi negro. Había vivido de primera mano lo que era sentir que se te rompía el corazón a pedacitos. Había conocido lo que era quedarse hasta altas horas de la madrugada llorando sin cesar. Había sentido como, de un momento a otro, su vida se le escapaba de las manos sin opción alguna. Pero,

11 gotas...

Tenía una presión en el pecho que le impedía respirar con normalidad. Tenía una lágrima rebelde a punto de salir de uno de sus ojos oscuros. Tenía un suspiro atascado en el alma. Tenía el corazón cansado de tanto sufrir. Quería gritar, correr, saltar, pegar. Quería desplegar sus alas y volar allá donde estuviera sola. Quería desaparecer. A veces no se quiere lo que se tiene y se quiere lo que no se puede tener ...

10 gotas...

Llegó a casa y, cansada, se quitó los zapatos y se tumbó en la cama. Su mente le lanzaba una gran cantidad de pensamientos, pero ninguno importante. Pensamientos que llegaban, retumbaban unos instantes en su cabeza y volvían a marcharse para dar paso a otros nuevos. Giró la cabeza y miró una foto que tenía en su mesita de noche. Inconscientemente, la cogió y sonrió. Había estado tan poco tiempo con ella. pero le había hecho sentir tan querida... Quizá había sido demasiado pequeña para comprender todo el amor que le había regalado cada vez que la abrazaba o besaba. Ahora, recordándolo se sentía orgullosa. Orgullosa de haber tenido una persona que, aun lejos, la quería con tanta fuerza. Y, aunque ya no estaba aquí, sabía que la acompañaba y cuidaba allá donde ella fuera. Te quiero.  

9 gotas...

Miraba por la ventana y veía la lluvia caer, resbalándose suavemente por los cristales de su habitación. Su mano sostenía una taza de chocolate caliente a la cual le daba un sorbo de tanto en cuanto, mientras observaba como las transparentes gotas hacían carreras entre ellas para ver cual llegaba antes hasta abajo. Le hubiera gustado ser una de ellas, poder evaporarse, formar una nube y volver a dejarse caer una y otra vez. Al menos así se sentiría libre. Sin tener que preocuparse por nada ni nadie. Sin tener que aguantar las palabras de la gente. Siendo una gota no tendría corazón donde guardar sentimientos vacíos ni recuerdos borrosos. O quizá ser una lágrima...

8 gotas...

Los rayos de sol le acariciaban cálidamente la cara. La brisa marina provocaba que su largo cabello moreno se moviera al ritmo de las olas. El olor de la playa le penetraba hasta lo más profundo de su ser, produciendo en ella una sensación de tranquilidad que la dejaba casi adormecida. Sus finos dedos jugueteaban con la arena; cogía un puñadito y lo dejaba caer, haciendo que una pequeña nube de polvo se elevara y se mezclara con el aire. Pese a todo lo que había sufrido, tenía la esperanza de que todo se arreglaría lo antes posible. Confiaba en que dentro de poco podría mirar hacia atrás y reírse a carcajadas de lo estúpida que había sido y de lo poco que le había merecido la pena todo ese sufrimiento. Pero aún era pronto. Demasiado. 

7 gotas...

Era un día raro. Un día que antes tenía valor para ella, un día importante. Ahora, simplemente era uno mas de 365 que tiene el año. Pensaba que iba a ser  extraño y que el sueño de la noche anterior era un augurio de lo que acontecería hoy. Pero no le dio importancia. Es más, se quitó las penurias y las tristezas que la vestían y dibujó una sonrisa en su cara. Se puso rímel en los ojos y colorete en las mejillas. Decidió no gastar ni un segundo más de su tiempo pensando en lo que pudo ser y no fue. Se propuso a si misma ser feliz, y así lo hizo. Sin más. 

6 gotas...

Cuando te sientes solo, sabes que por mucho que los demás te digan que están ahí, tú seguirás notando un sentimiento de vacío. Que por mucho que  insistan en que te quieren, tu corazón tiene una coraza de piedra que te impide sentir ese calor. Y tampoco puedes hacer nada para remediarlo, porque ni con las palabras eres capaz de expresar todo lo que te pasa por la cabeza. Y es frustrante. Desearías que todo volviera a la normalidad, pero sabes con exactitud que pasará mucho tiempo hasta que eso suceda. Y no lo aguantas. Y lo odias. Y te impacientas. Pero qué más da, al fin y al cabo nadie puede adelantar las agujas del reloj...

5 gotas...

"Cuando un cristal o un plato se rompe, genera sonido de algo rompiéndose. Cuando una ventana se hace añicos, la pata de una mesa se rompe, o se cae un cuadro de la pared hace ruido. Pero cuando tu corazón se rompe, el silencio es total. Es algo tan importante que piensas que su ruptura hará tal ruido que se oirá en todo el mundo, o sonará como un gong o un timbre. Pero simplemente hay silencio y entonces es cuando desearías que hubiese algún sonido que distrajese tu dolor. Si lo hay, es interno. Es un grito y nadie puede oírlo, solo tú. Es tan alto que tus oídos pita y tu cabeza duele. Es tan salvaje, como una herida abierta expuesta a agua marina, pero cuando realmente se rompe, solo se oye el silencio. Gritas en tu interior, pero nadie puede oírlo." Si pudieras verme ahora, Cecilia Ahern

4 gotas...

Bailaba bajo la luna. Bailaba sola, sin prisa, sin pausa. Se sentía libre, capaz de hacer cuanto se propusiera. Sabía que tenía fuerzas y que, aunque había caído, podía volver a levantarse. Y eso estaba haciendo. Le costaba, pero allí estaba ella, con fuerza de voluntad avanzando sin cesar. Se reía a carcajadas de la tristeza y dibujaba nuevos amaneceres. Paró de bailar y se dejó caer en el húmedo césped. Su mente volaba a miles de kilómetros de aquel lugar y, su corazón, aún débil, se dejaba llevar por la brisa que producían sus sueños.

3 gotas...

Confusa … Me siento como una novela a medio escribir, como una botella de ginebra vacía y como unos zapatos que nunca se estrenarán. Me siento perdida, sin rumbo, sin una meta a la cual dirigirme…  Y es triste . Hay momentos en los que me apetece llorar sin más. Pero no me salen las lágrimas, se evaporaron hace tiempo. Y, ¿qué me queda, pues? Un sentimiento de vacío inmenso y un grito ahogado en la garganta. Soy como una veleta rota que no deja de girar, sin saber cuando detenerse, siempre pendiente del viento… 

2 gotas...

Respiro. Respiro profundamente pero sigue faltándome el oxígeno. como si algo obstruyera mi interior y no dejara pasar el aire. El corazón se me acelera, pero yo no me detengo. Sigo corriendo, abriéndome paso entre la niebla. No sé hacia dónde voy, pero continúo avanzando. Todo a mi alrededor está borroso, como cuando se abren los ojos dentro del agua. Repentinamente, me siento caer. Grito a pleno pulmón a sabiendas que nadie puede oírme. Cada vez está más oscuro y el abismo parece no tener fin. La sensación de angústia recorre todo mi cuerpo. De repente, abro los ojos. Tan sólo había sido un sueño... Uno de tantos...

I gota...

Se levantó aquella mañana y se sentó en el borde de la cama. Miró a su alrededor y todo estaba como lo había dejado la noche anterior. Se quedó mirando un punto fijo, pensando cuánto había cambiado su vida desde hacía tan solo un tiempo. No entendía como podía pasar el tiempo tan rápido en el exterior y, en cambio, en su interior pasaba tan lento. Las agujas de su reloj se habían quedado estancadas; las horas no pasaban, los minutos no corrían y los segundos no avanzaban. Todo estaba tan muerto dentro de ella que le daba igual todo. Tenía tanto vacío en su interior que si hubiera podido gritar profundamente, el eco que habría producido hubiera retumbado en cada parte de su ser…